jueves, 21 de febrero de 2013

Penélope


Penélope disfrutaba de su soledad. Vivía en la luna, en el cráter número 399. No había muchos habitantes en su hábitat, cuando apenas era una pequeña lunática, hubo un éxodo lunar, la mayor parte de la población se fue a Marte, se corría el rumor de una invasión terrestre, y hubo una gran movilización. Penélope quedó sola, en ese cráter, del que solo salía en cuarto creciente para admirar el universo, contar estrellas, y sentirse tan inmensa y diminuta a la vez. Admiraba el resplandor de la luna, todas las noches hundía sus manos en el suelo para sentir la energía corriendo por el interior.
No conocía el odio, no conocía el amor, surgían sentimientos de apego hacia la Luna porque al sentirse tan sola ella era su única amiga, su unica fuente de lo que ella creía que era felicidad, porque era lo único que conocía. En Luna llena bailaba moviendo sus brazos, sus antenas, sus largas piernas por toda la superficie, hasta que un día de esos un extraño vehículo se posó sobre su cráter, perturbando su bienestar. Percibía artificialidad sobre la Luna, lo cual le molestaba muchísimo. Sorprendida, y un poco asustada, se escondió tras una roca a observar cada movimiento de esta especie de nave. Una compuerta se abrió y de ahí un extraño ser se asomó. Pisó con desconfianza la Luna de Penélope, y poco a poco se fue desenvolviendo con movimientos torpes.
Penélope absorta, no salía de su asombro, ni de esa roca. Ese ser, que resultaba ser un hombre, un astronauta, llevaba consigo extraños aparatos, que Penélope desconocía. "Un amigo vino del universo a visitarme, se acordaron que existo!!", pensó Penélope mientras con cautela y sigilio se deslizaba tras el hombre. "Invade mi tierra, y encima me ignora" meditó la lunática luego de bailar frente a ese casco con sus largas piernas, dignas de cualquier diosa, de cualquier reina. En vano sus técnicas de seducción, que naturalmente surgían de su interior. El hombre no le prestaba atención. Penélope se acercaba, susurraba a su oído "se que existís, y no sos un sueño", "sos un sueño?", "existís?", "tan frágil es mi locura?", "sos un engaño más del universo...", y se dio por vencida.
Pasaron unos días, y Penélope enloquecía más de amor por él. Era la primera vez que sentía algo más real, era más real que una caída, y estaba enfrente suyo ignorandola. Decidió, escaparse al otro extremo de la luna, supuso que este visitante en algún momento debía irse. Cuarto menguante, luna nueva, cuarto creciente, admiró el universo como de costumbre pero con nostalgia, y Penélope volvió y lo vio. Renacieron todos esos sentimientos extraños que ella sentía por primera vez, y que pretendía olvidar alejándose de él. Se deslizó para abrazarlo, y tener contacto con él, hasta que desapareció. El hombre apenas sintió su pasar, era algo extraño e inexplicable para él. No se hizo polvo, no se hizo cenizas, simplemente desapareció. Encontró la luz al final del tunel que había perdido hace tanto tiempo, y se había olvidado. Ella fue luz. Ella fue olvido.

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